Recientemente, la idea ha sido recogida en la mayoría de los trabajos sobre «gestión del conocimiento» (Apartado 1.5): en una organización se distingue entre el conocimiento explícito, que puede capturarse y expresarse en fórmulas, documentos, plantillas, procedimientos, o cualquier otro medio de expresión, y el conocimiento tácito, que reside en las mentes de las personas y es inaccesible incluso a su consciencia, y que sólo se manifiesta por sus resultados. Wilson (2002) [109] pone en duda que tal conocimiento pueda «gestionarse» (en realidad, pone en duda todo el campo de la gestión del conocimiento). Pero tenga o no sentido en gestión del conocimiento, desde luego no lo tiene en la ingeniería del conocimiento, que es lo que aquí nos interesa: si el conocimiento no puede expresarse explícitamente es imposible construir con él una base de conocimiento. (Sin embargo, sí puede tener sentido en otros trabajos de inteligencia artificial: el «agente autista» con redes neuronales que mencionábamos en el Apartado 1.1 puede, mediante aprendizaje, adquirir un conocimiento que es de tipo tácito).