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El asombroso proceso evolutivo de la tecnología, regido por la información, es una incubadora, donde, por poner ejemplos de áreas concretas, nacen y se desarrollan el comercio electrónico, la teleasistencia médica o el e-learning, pero también diversas formas de comunicación ciberespacial, como las multitudinarias redes sociales o los blogs, y, lo que es más trascendente, se transforman nuestras pautas vitales, incluidos los procesos mentales que gobiernan nuestro quehacer y nuestra visión del mundo. Es el resultado de lo que se llama “Coevolución Humanidad-Tecnología”.

El poder tecnológico de los infociudadanos

El usuario de infotecnología vive cada vez más tiempo en lo que podríamos llamar ´infociudad´, que a finales de 2004 definí1 como: “El espacio informacional donde los humanos de sociedades desarrolladas, mediante terminales con botones, teclas, pantallas, contraseñas e identificadores varios, se comunican y realizan una parte creciente de sus actividades habituales y otras muchas nuevas, convertidas en señales, símbolos, lenguajes y procesos inmateriales, soportados por una potente infraestructura tecnológica de arquitectura reticular”.

Esta infociudad, que coexiste, a menudo conflictivamente, con la ciudad, complementándola, transformándola, ampliándola o sustituyéndola, según los casos, depende de la tecnología, nuestra prótesis artificial, o dicho más radicalmente: la infociudad existe en y por la prótesis tecnológica, de la que derivan su poder y su fragilidad, como la de todas sus manifestaciones. Entre ellas, los blogs2 forman un nuevo apartado del repertorio de actividades de comunicación en la infociudad, apartado que se desenvuelve, briosamente y con personalidad diferenciada, en la Web, ese subespacio3 virtual soportado por una poderosa infraestructura tecnológica que cada día se parece más a una Red Universal Digital (Sáez Vacas, 2004b). Como hay bastante gente que parece creer que las cosas suceden por generación espontánea, conviene subrayar que éstas que comentamos son el producto de un complejo proceso sociotécnico y cultural, de una secuencia temporal de maduración, que conduce a cualquier tecnología moderna, desde un estado embrionariamente infraestructural, pasando por una fase de conversión en herramienta utilitaria, hasta su apropiación social por parte de un elevado número de usuarios finales, quienes, ciudadanos en un espacio inédito, y en su mayoría no siendo plenamente conscientes de ello, detentan una gran capacidad de acción personal, a la par que entran progresivamente en una nueva ecología social, mental y ética.

En tal proceso ha jugado un papel protagonista el ordenador personal, que es el instrumento histórico constituyente del poder del usuario –su infraestructura personal por antonomasia-, evolucionando a grandes zancadas desde sus primeros tiempos, en que se suministraba con un sistema operativo desnudo, apto sólo para programadores y usuarios muy técnicos, hasta que, con los años, fue dotándose paralelamente de una interfaz de usuario gráfica muy intuitiva y de muchas aplicaciones prácticas que aprovechaban en cada momento las increíbles prestaciones de capacidad de proceso y memoria previstas por la famosa ley de Moore del progreso microelectrónico.

Metamorfosis de una infotecnología profesional en “maquinaria” social

Sin entrar en pormenores, hoy, todos sabemos que un ordenador es una máquina universal, capaz de realizar -gracias al software adecuado- todo tipo de procesamientos de información, no solamente el numérico o de cálculo que marcó sus orígenes, sino los de textos, gráficos e imágenes, señales, símbolos y lenguajes, etc., separados o juntos, formando combinaciones múltiples, capacidades que se han extendido e incorporado a todos los instrumentos e infoimplementos informatizados, cuyo ejemplo tal vez más espectacular sea ese terminal digital al que vamos siempre pegados, que, por costumbre, seguimos llamando teléfono móvil. Hemos llegado a la era de las Tecnologías para la Vida Cotidiana -TVIC4 . Pero, para completar el cuadro de tipos de procesamiento, es imprescindible reseñar su capacidad para constituirse en un nodo de las redes de comunicación, matriz tecnológica donde se cocina el paso definitivo a la actual revolución social de la información. Valiéndose de un punto de vista de sociología económica, y comenzando a contar desde 40.000 años a.C., Wood (2000), ha señalado que los países desarrollados estamos en la sexta ola (de 1975 a 2010), correspondiente a la revolución de las redes, gracias a la convergencia de las telecomunicaciones, la informática y los medios de comunicación, que no se reduce ni mucho menos sólo a Internet, como suele escribirse y decirse.

Emerge y crece un denso tejido de redes interoperables, a cuya estructura de nodos formados por ordenadores se suman numerosos dispositivos, entre ellos uno muy abundante, el teléfono, que ahora hereda e integra en un terminal de unos 100 grs. de peso una mezcla de las múltiples funcionalidades de la informática: correo electrónico, mensajerías SMS y MMS, cámara, radio, reproductor de música MP3, calculadora, agenda, reloj, conexiones bluetooth e Internet, navegación terrestre por GPS, etcétera. En síntesis, el desarrollo de la infotecnología ha producido una inmensa maquinaria social por el efecto imbricado de dos procesos históricos, que ahora podemos resumir en dos de sus aportaciones esenciales: a) Partiendo de la invención del ordenador personal, el desarrollo de abundantes y variadas aplicaciones útiles para millones de usuarios finales de países económicamente desarrollados que, con mayor o menor esfuerzo, han superado la brecha digital o que, por su juventud, no la han sufrido; b) El progreso en las propiedades de conectividad del conjunto de dispositivos digitales, que conectan transversalmente a todos los usuarios, sus datos, sus ideas, sus informaciones, sus recursos de proceso, a través de nuevas aplicaciones para redes y de diversas plataformas, entre ellas, de manera destacable debido a su éxito popular, la Web, que es el vehículo más simple y universal de comunicación y de navegación por un inmenso y activísimo reservorio de información.

El salto ha sido enorme. Esquematizándolo en pocas palabras, se ha transferido capacidad5 de los grandes computadores de aquellos centros de cálculo de los pasados decenios setenta y ochenta, regidos y operados exclusivamente por profesionales y que los usuarios, sin acceso directo, percibían desde la base de la pirámide en una relación pasiva, a un computador de sobremesa o a un terminal portátil, con el que esos cientos de millones de usuarios pueden operar de una manera autónoma en una comunicación con otros usuarios y sus máquinas, no de uno a uno como en la red telefónica, sino de uno a muchos o, potencialmente, de todos con todos. Así, todos y cada uno de los nodos usuarios poseerían la capacidad para constituirse en el centro o en un nodo de una o varias de las redes sociales que se forman, copiosas y casi intangibles, en la infociudad, con un dinamismo y una densidad progresivamente crecientes gracias al desarrollo de un variado abanico de tecnologías de cooperación6 .

La fuerza transformadora de la tecnología ha dado un impulso renovador al estudio de las redes sociales, transmutado ahora en campo interdisciplinar, donde conviven la antropología, la sociología, la psicología social, la historia, la ciencia política, la geografía humana, la biología, la economía, la ciencia de las comunicaciones y otras disciplinas. Ya la estructura de las redes sociales era un tema de gran investigación en el decenio de los sesenta, siguiendo la estela de trabajos matemáticos en teoría de grafos muy anteriores, pero ha sido muy recientemente cuando se ha empezado a propugnar una nueva ciencia de las redes (Barabási, 2002). Por mi parte, ya desde hace tiempo considero que la noción amplia de “red” se ha convertido en un auténtico paradigma conceptual general (Sáez Vacas, 2004a).

Tiempo de aprendizaje social y tiempo denso (tecnológico)

Decían Winograd y Flores, en un libro todavía insuperado en su género, que toda herramienta tecnológica forma parte de una compleja red social (Winograd y Flores, 1986); que la significación de una nueva herramienta reside en cómo se incorpora a esa red, modificándola; y que, para comprender una herramienta tecnológica, no basta con lograr una comprensión funcional de cómo se usa, sino que es preciso alcanzar una comprensión global de las tecnologías y actividades implicadas. Habría que añadir: y de sus consecuencias, no siempre benignas y a veces hasta patológicas, como puede suceder cuando un desarrollo desequilibrado de la infociudad convierte a los humanos en “procesadores y paquetes de información” (Sáez Vacas, 1991).

Toda la tecnología de Internet, o, de modo más amplio, de la Red Universal Digital, hace más intenso el tiempo de la acción, más denso (concepto descrito por Rosnay, 1996), o, puesto en palabras sencillas, multiplica el número de actividades de cada usuario por unidad de tiempo real, característica que, como se acaba de apuntar, no tiene por qué acarrear sólo consecuencias positivas (Sáez Vacas, 2004b, cap. 11) y que, a la vista del conjunto de cambios emergentes, nos lleva a proponer la conveniencia de desarrollar una sociotecnología para todo ese conjunto y unas bases tecnoculturales adecuadas a estas circunstancias (Sáez Vacas, 2008).

Por contraste con el tiempo denso, el aprendizaje social de las tecnologías ocurre en procesos de ´tiempo largo´ (concepto debido a la artista Laurie Anderson). Básicamente, las hazañas de la tecnología, por su complejidad y porque cambia mucho más deprisa que los humanos, no se trasladan automáticamente al funcionamiento y dinámica de las estructuras sociales. En principio, cualquier  producto tecnológico complejo, como, por ilustrar, sería el correo electrónico, que se inventó en 1971, necesita evolucionar durante varias generaciones sucesivas hasta que, generalmente, después de un proceso de maduración, logra, con la ayuda experimental y las aportaciones de una minoría de usuarios, unos, muy técnicos, otros, entusiastas e innovadores, el suficiente nivel de usabilidad como para llegar a un público más amplio. Y ese importante salto operativo, que materializa la apropiación social del tiempo denso, abre la puerta a una oportunidad para desarrollar cambios culturales, políticos, económicos, etc., típicos de todos los procesos históricos de innovación tecnológica.

Posiblemente, no sea ocioso insistir una y otra vez en que una cosa es llegar a asimilar meramente la técnica operativa (en la realidad, siempre sólo una fracción de ella) de cualquier tecnología -o herramienta, si se prefiere- y otra muy distinta llegar a entender su significación social, cómo modifica las condiciones de nuestro vivir y nuestro comportamiento en múltiples dimensiones y aprender a usarla con eficacia y sentido común. Ése es el meollo de la segunda fase del aprendizaje social de la tecnología, porque, como acertadamente decía el biólogo Dobzhansky, “al cambiar el mundo en el que vive, el hombre se cambia a sí mismo”. Y eso no se puede improvisar.
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Por otro lado, los niveles de aprendizaje social no se distribuyen uniformemente entre la población de usuarios. Sólo minorías preparadas y concienciadas de ellos, entre las que se supone deberíamos encontrar a quienes se hacen preguntas, innovan y marcan pautas a los demás, alcanzan a conocer con cierta familiaridad los conceptos y técnicas ocultos bajo las interfaces simplificadoras de la tecnología socializada, o sus implicaciones transformadoras, o el sentido profundo de “las tecnologías y actividades implicadas”, pero, desafortunadamente, no las tres disciplinas a la vez. El resto de usuarios, esto es, la inmensa mayoría, opera más o menos automáticamente, guiado por una mínima tecnicidad funcionalista, semejante a la que emplea un conductor de automóviles manipulando en su salpicadero lleno de botones, indicadores y pantallas, equivalentes a los botones, iconos y plantillas de una plataforma actual para editar blogs. Exagerando un tanto, sólo se necesita saber qué botón pulsar, en qué punto hacer clic o qué menú desplegar con el ratón.

Pero, si, más allá de la fascinación que crean en nosotros los inefables logros puramente materiales de la tecnología, creemos en ella como un instrumento de cambio social positivo, deberíamos prestar una atención más reflexiva a tratar de comprender cómo sus características y propiedades técnicas crean un entorno general que marca las condiciones operativas de nuestras actividades en la infociudad y de nuestras relaciones con la Naturaleza. Aplicándome el consejo, he plasmado mis reflexiones personales en un libro (Sáez Vacas, 2004b), dedicado al conjunto de tecnologías digitales, y a la Red Universal Digital (RUD), una estructura reticular que penetra hasta el interior de los objetos y de los cuerpos humanos. La RUD proyecta sobre el entorno humano un escenario vital compuesto por, al menos, veinte condiciones y fuerzas transformadoras7 , al que llamo Nuevo Entorno Tecnosocial, donde crecen las nuevas formas sociales de la infociudad y una nueva “cultura”, que compiten con las clásicas de la ciudad.

Esa cultura se debe en gran medida a la característica de digitalidad de la información, que ahora abarca en una sola todas las dimensiones del multimedia y todos los tipos conocidos de procesamiento, y la convierte en una estructura universal, replicable (y por ello inagotable) e “infinitamente” versátil, capaz de estar y trasladarse instantáneamente a todos los rincones de un espacio abierto, inconmensurable e invisible (salvo para los ojos de la prótesis tecnológica de cada nodo), que teóricamente no pertenece a nadie y nos pertenece a todos, y donde podemos sentirnos llamados a participar.

¿Una estructura universal “infinitamente” versátil? Refiriéndonos sólo al acceso a la información, el siguiente párrafo, por no hablar del título del artículo de Kelly (2005) de donde lo extraemos –We are the Web- nos da una idea de esa clase de versatilidad:

Hoy, en cualquier terminal de red, puedes tener acceso a una asombrosa variedad de contenidos musicales y audiovisuales, una enciclopedia con vida propia, previsiones del tiempo, anuncios clasificados, imágenes por satélite de cualquier lugar sobre la Tierra, noticias "al minuto" de todas partes del globo, formularios para el pago de impuestos, guías de TV, mapas de carreteras señalizados, cotizaciones de valores bursátiles en tiempo real, números de teléfono, catálogos inmobiliarios con visitas virtuales, imágenes de casi cualquier cosa, resultados deportivos, sitios donde comprar casi de todo, registros de contribuciones políticas, catálogos bibliotecarios, manuales de los más variados aparatos, informes de tráfico en vivo, archivos de los periódicos más importantes - todo organizado en un índice interactivo que funciona de verdad.

Formas sociales emergentes frente a formas sociales declinantes

Las relaciones de ciudad e infociudad generan una zona de crisis permanente en la que se desenvuelve el aprendizaje social. Éste tiene que incluir afrontar tanto la creación de actividades nuevas como el transvase de actividades en “modo ciudad”, clásica del Segundo Entorno (Echeverría, 1999) al “modo infociudad”, porque, como hemos dicho, la infociudad, donde el usuario tiende a adquirir un poder funcional creciente, propio de un escenario de Nuevo Entorno Tecnosocial, complementa, amplía o sustituye a la ciudad. Lo que, en otras palabras, significa que tienden a cambiar las formas sociales, por ejemplo, las formas de hacer periodismo, las formas de comprar y vender, ciertas formas de producir, las formas de distribuir música, las de publicar, las de gestionar, las de hacer política, las de educar y aprender, las de informarse, las de delinquir, etc., y por consiguiente las organizaciones humanas que las sustentan. Aunque la Historia ha demostrado sobradamente que oponerse frontalmente a las fuerzas de innovación tecnológica no es una estrategia ganadora, también ha demostrado que lo normal es que numerosas organizaciones humanas, ancladas en formas declinantes y posiblemente sustituibles, tiendan a resistirse, o que se produzcan conflictos en zonas de cambios todavía mal definidos o de pérdida de ciertos privilegios y poderes de control consolidados.
           
Llegados a este punto, quisiera hacer una aclaración. En ninguna de las líneas del presente artículo he pretendido identificar directamente el poder técnico indudable sobrevenido en manos del infociudadano en este Nuevo Entorno Tecnosocial emergente, con poder personal o social, en su acepción de capacidad de control o de influencia, aunque me parece legítimo que otros autores y analistas resalten esta característica frente a otras formas establecidas de poder político, económico o mediático de algunas organizaciones o, por ejemplo, hablen de los tecnoinfluenciadores, en relación con la economía y los mercados.

Sin embargo, merece la pena resaltar la eclosión de formas de colaboración entre infociudadanos, atribuibles a ese desarrollo técnico. Al incorporarlo conscientemente a sus vidas, los usuarios pueden contribuir, y muchos lo hacen, a construir una infociudad más activa, más creativa, más compartida, menos piramidal en los flujos de intercambio. Kelly (2005), habla de una cultura emergente, basada en la compartición, en la que incluye a los blogs, los wikis, las fuentes abiertas (Open Source), el intercambio P2P, etc. Ya millones de personas, que antes eran meros receptores, han pasado a ser participantes muy activos, cuando no coautores o coproductores en distintas redes sociales, frecuentemente sin interés económico personal; según un estudio, citado por Kelly, sólo el 40% de la Web es comercial.

 

Un tema para el debate: los impactos de la tecnología digital en nuestros procesos mentales

Si antes nos referíamos a la necesidad de tratar de comprender cómo las características y propiedades de la infotecnología crean un entorno general que marca las condiciones operativas de nuestras actividades en la infociudad, es preciso extender la comprensión de ese impacto a nuestros procesos cognitivos y también a los emocionales. La infotecnología, directa o indirectamente, puede considerarse una herramienta para el conocimiento y, por tanto, para la inteligencia y la cultura. Como explica R. Simone, influye en los modos de trabajo de nuestra mente con las informaciones (cómo las recibe y las elabora, cómo transforma la capacidad y el peso de nuestros sentidos en la formación del conocimiento y activa nuevos módulos o funciones de la mente (Simone, 2001).

La falta de espacio me impide describir detalladamente este asunto de tanta importancia para las relaciones sociales y personales en la vida sin fronteras definidas entre la ciudad y la infociudad y trascendente en el campo de la educación, por lo que terminaré destacando esquemáticamente dos aspectos referidos a los cambios posibles en la estructura y dinámica de los procesos mentales. 

Uno de ellos tiene que ver sobre todo con esos niños a los que se ha llamado “nativos digitales”, por su temprana e intensiva inmersión en la infoestructura cada vez más densa y extensa que estamos denominando la Red Universal Digital (RUD). En 2006 propuse en un blog la hipótesis del “cambio de las estructuras mentales y, por tanto, de la forma misma de la inteligencia de un número rápidamente creciente de nuestros cachorros humanos”, fenómeno al que, partiendo de la etimología griega (noos -inteligencia- y morphosis -formación-), bauticé con el término de noomorfosis digital, que significa “formación de la inteligencia” (Sáez Vacas, 2006).

Si las observaciones sociales y los experimentos neurocientíficos confirmasen tal hipótesis, las relaciones humanas, la educación, la organización política y económica, las comunicaciones, el concepto mismo de ser humano, etc., darían un vuelco, porque la inteligencia es la auténtica medida del ser humano. Es en la noomorfosis digital donde se oculta la real y enorme dimensión de la brecha digital, ese concepto que manejamos hasta ahora con notoria superficialidad, si valoramos en sus justos términos su íntima conexión con una nueva ecología social, mental y ética.

No se trata de que el uso intensivo de la tecnología de la RUD contribuya moldear una inteligencia mayor o menor -por ejemplo a que los niños sean más listos, como algunos dicen- sino una inteligencia funcionalmente distinta, es decir, armada con ciertas capacidades especialmente desarrolladas para vivir y operar en el Nuevo Entorno Tecnosocial generado por esa tecnología. Por lo que se sabe hoy de la inteligencia, el habitual discurso del CI (Cociente Intelectual) para cuantificarla no es operativo en las situaciones emergentes. Por lo que algunos sostienen, a no tardar mucho el CI podría ser prácticamente una reliquia, igual que tantas otras formas sociales declinantes, entre ellas, los sistemas educativos. Lógicamente, los nativos digitales tienden a ser los habitantes naturales de la infociudad, por lo que estarán potencialmente dotados de muchas de las capacidades amoldadas a los procesos inmateriales típicos de ésta.

            Para completar el panorama y no quedarnos sólo en los niños o en las nuevas generaciones, el segundo aspecto necesitado de reflexión es la influencia de la infotecnología sobre la mente de los “inmigrantes digitales”, es decir de los adultos de todas las edades, que tienen que adaptarse a vivir parte de su tiempo en la -para ellos- desconocida infociudad. Naturalmente, su mente también se adapta, como sugieren ejemplos de la vida cotidiana, compatibles con la característica de plasticidad cerebral. Recientemente, ha surgido un debate mediático alrededor de un texto de Nicholas Carr, en el que éste confiesa que el uso intenso de Internet, en general, y del buscador Google, en particular, durante una década le está produciendo “la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugueteando con mi cerebro, cambiando el esquema de su circuito neural, reprogramando la memoria”, en definitiva, cambiando sus procesos de pensamiento. Para denominar este tipo de transformación (metamorfosis) he creado el término de noometamorfosis digital (Sáez Vacas, 2008).

Aquí hay trabajo para los neurocientíficos, porque si Carr titula su texto “Is Google making us stupid?8 , es posible citar ya al profesor Gary Small, del Instituto Semel para Neurociencia y Comportamiento Humano, en la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), quien, por contraste, ha demostrado recientemente, mediante experimentos con gente de edad madura y de tercera edad, la influencia positiva de los procesos de búsqueda en Internet sobre las funciones de toma de decisiones y razonamiento complejo del cerebro9 . El Dr. Small ha escrito también el libro “iBrain: Surviving the Technological Alteration of the Modern Mind.

Todos estos efectos, en gran medida todavía incomprendidos, son algunos de los resultados del proceso histórico de “Coevolución Humanidad-Tecnología”.

 

Bibliografía

BARABÁSI, A.-L., (2002), Linked: The New Science of Networks, Perseus Publishing, Cambridge, Massachusetts.

BLOOD, R., (2002),  The Weblog Handbook, Perseus Publishing, Cambridge, Massachusetts.

ECHEVERRÍA, J. (1999), Los Señores del Aire: Telépolis y el Tercer Entorno, Ed. Destino, Barcelona.

KELLY, K., (2005), “We are the Web”, Wired, 13 de agosto, http://www.wired.com/wired/archive/13.08/tech_pr.html.

ROSNAY, J., (1996), El hombre simbiótico, Ed. Cátedra, Madrid.

SÁEZ VACAS, F., (1991), “La sociedad informatizada: Apuntes para una patología de la técnica”, Claves de Razón Práctica, 10 marzo.

___  (2004a), “Futuros ingenieros híbridos”, BIT, 144, abril-mayo.

___ (2004b), Más allá de Internet: la Red Universal Digital, Ed. Ramón Areces, Madrid.

___ (2005a), “La blogosfera: un vigoroso supespacio de comunicación en Internet”, TELOS, 64, julio-septiembre.

___ (2005b), coordinador del cuaderno central “Blogs, weblogs, bitácoras…”  y autor del artículo “El poder tecnológico de los infociudadanos: Diarios y conversaciones en la Red Universal Digital” en dicho cuaderno, TELOS, 65, octubre-diciembre.

___ (2006),  Noomorfosis digital, 23 de agosto, http://antoniofumero.blogspot.com/2006/08/noomorfosis-digital.html

___ (2007), “TVIC: Tecnologías para la vida cotidiana”, editorial, TELOS, 73, octubre-diciembre.

___ (2008), “También nuestra mente se adapta al Nuevo Entorno Tecnosocial”, revista El Cultural, 11 de septiembre.

SIMONE, R., (2001), La tercera fase, Ed.Taurus, Madrid.

WINOGRAD, T., FLORES, F., (1986), Understanding Computers and Cognition, Addison-Wesley, 3ª impr., Reading, MA., 1988 (Primera edición, Ablex, 1986).

WOOD, R., (2000), Managing Complexity, The Economist & Profile Books, Londres.

1Ponencia “Ya portamos en nosotros los terminales de la infociudad”, Congreso Internacional sobre “Cultura Digital y Ciudadanía”, Universidad Autónoma de Madrid, 15-19 nov. 2004.

2 Tema sobre el que coordiné un cuaderno monográfico compuesto por nueve artículos, publicados bajo licencia Creative Commons, en la revista TELOS (Sáez Vacas, 2005b).

3 En una entrevista publicada por el diario El Mundo, 3-XII-2004, Tim Berners-Lee, inventor de la World Wide Web, la definía como “un espacio de colaboración en el que poder comunicarse y compartir información”. Aquí lo tildamos de subespacio, al tomar como referencia el espacio total de información que ofrece Internet y en general la Red Universal Digital, véase (Sáez Vacas, 2005a).

4  Acrónimo propuesto por el autor (Sáez Vacas, 2007).

5 Datos técnicos recientes, obtenidos de los informes oficiales de la Asociación de Industrias de Semiconductores de EE.UU., muestran que un chip electrónico de memoria tiene una capacidad aproximada de 75 MBytes, integrados en un cuadradito de 310 milímetros cuadrados y el microprocesador de un ordenador personal de última generación puede ejecutar varios cientos de millones de instrucciones de máquina por segundo.

6 Véanse al respecto, los informes SR-897 Technologies of Cooperation o The Cooperation Project: Objectives, Accomplishments, and Proposals, en la página  www.iftf.org, del Institute for the Future, Palo Alto, California.

7 Transformaciones o barreras agrupadas en cinco dimensiones: a) Transformaciones espaciotemporales; b) Transformaciones en el propio cuerpo, en las relaciones sensoriales, en las fronteras de acción personal y en la identidad; c) Transformaciones hacia un lenguaje unificado de los modos de captación y manejo de la información; d) Transformaciones en las jerarquías de relación intelectual con el entorno tecnológico y con los objetos; y e) Barreras en las relaciones usuarias con la tecnología (Sáez Vacas, 2004b, cap. 10).

9 Véase R. Champeau, “UCLA Study Finds that searching the Internet increases Brain Function”, (http://www.newsroom.ucla.edu/portal/ucla/ucla-study-finds-that-searching-64348.aspx).